Si en el ejercicio de la medicina, contar con información precisa y oportuna es la piedra angular para establecer diagnósticos certeros y formular tratamientos apropiados, las consecuencias que nuestro país está experimentando al no contar con funcionalidades digitales para salud, en un sistema de salud ya de por sí muy fragmentado, es una carga enorme de duplicidades, retrabajos, tiempo perdido en la gestión y en las atenciones; errores, fallas y complicaciones clínicas, abriendo una brecha abismal en los costos por atención que, con toda seguridad hacen mucho menos eficiente el presupuesto público destinado a los servicios de salud. 

El 16 de agosto de 2010 se publicó en el Diario Oficial de la Federación la Norma Oficial Mexicana NOM-024-SSA3-2010, que establece los objetivos y las características funcionales que deberán observar los productos de sistemas de expediente clínico electrónico. 

Todo hacía ver que nuestro país ingresaría al universo de la gestión digital de la salud de los mexicanos. Que la información de salud de los ciudadanos beneficiarios de algún sistema sanitario público y privado, estaría gestionada, almacenada, interoperada, compartida y resguardada a través de funcionalidades electrónicas, tal cual lo indica la referida NOM, recordando que éstas, al ser regulaciones técnicas, sólo dictan el cómo, no el qué. Pero más de 14 años han transcurrido desde la publicación de la NOM 024, y el ideal contemplado en dicha norma, no ha superado la fase de quimera. 

Para fines prácticos, de acuerdo con el reciente artículo: The Impact of electronic health records on patient care and outcomes: A comprehensive review (https://wjarr.com/) nuestro país tiene 34 años de retraso en la implementación de estas soluciones digitales aplicadas a los servicios de salud; aún las más elementales. 

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